Un trauma psicológico es la experiencia individual y única de un incidente, una serie de incidentes o un conjunto de condiciones duraderas en las cuales se sobrepasa la capacidad del individuo de integrar su experiencia emocional, mantenerse presente, darle un sentido a su experiencia, y comprender lo que le está sucediendo.
Así mismo, Pat Ogden, fundadora del Instituto de Psicoterapia Sensoriomotriz (SPI) explica que un trauma es “una situación que se percibe como una amenaza a la seguridad, integridad o supervivencia de uno mismo o de otra persona, que estimula respuestas subcorticales defensivas además de hiper o hipo activación”.
Añade que la percepción de amenaza no ocurre solamente mediante la evaluación cognitiva, sino también mediante sensaciones e impulsos físicos y fisiológicos que preceden a la percepción cognitiva y emocional.
Si el acontecimiento traumático es único, recibimos después el apoyo adecuado y tenemos poco o no trauma previo, lo podemos integrar y dejar atrás. Sin embargo, si tenemos trauma previo sin resolver, y/o somos vulnerables en cuanto a nuestro desarrollo, y/o no tenemos apoyo adecuado, podemos quedarnos con recuerdos del trauma en forma de memoria implícita; respuestas intensas y síntomas que “cuentan la historia” pero sin palabras y sin saber que estamos recordando.
Incluso, si el entorno es crónicamente traumatizador, el sistema de respuesta de supervivencia se volverá crónicamente activado, resultando en efectos a largo plazo en el cuerpo y cerebro en desarrollo.
Los síntomas de estas percepciones de amenaza subjetivamente se sienten como “este es quién soy” e indican la historia que no se puede recordar plenamente o para la que no tenemos palabras.
¿Qué es la hiperactivación y la hipoactivación?
Estos síntomas pueden incluir hiperactivación que se puede manifestar como agitación corporal, tensión, ritmo cardiaco acelerado e incluso ataques de pánico, insomnio, pesadillas, dificultad para respirar e incapacidad de sentirse calmado y seguro en el cuerpo.
La hipoactivación se puede experimentar entre otros síntomas, con un sentido de confusión, dificultad en la concentración, anhedonia, entumecimiento cognitivo, emocional y/o físico, falta de energía, letargo, colapso en el cuerpo, sentimientos de desesperanza y vergüenza.
Entonces, terminamos experimentando el trauma cada vez que, de forma somatosensorial, no consciente, detectamos el peligro en estímulos internos o externos que, directa o indirectamente, están conectados al evento traumático original o a su contexto, lo que desencadena estas respuestas de manera habitual y se manifiesta a través de síntomas somáticos que no parecen tener origen orgánico, en forma de sensaciones corporales que se sienten fuera de control para el individuo.
Esto explica que las personas traumatizadas reaccionan en su sistema nervioso y en sus cuerpos como si los acontecimientos traumáticos del pasado estuvieran sucediendo aquí y ahora, es decir, reviven el pasado.
Considerando el trauma como una experiencia que tiene la característica de ser inasumible por una persona a través de sus propios conocimientos, comprensiones y emociones, quedando registradas dichas experiencias en nuestra neurobiología en su formato original somatosensorial en el que fueron vividos, acompañar y enseñar a gestionar de otra forma los recuerdos y las sensaciones asociadas a ellos es la forma de integrarlos como experiencias/recuerdos que no nos volverán a dañar.